Es curioso, el fenómeno Mad Men: no sé si será la incógnita, por culpa de estos últimos meses—algo complicados en lo particular—entre la primavera y el verano. Pero cuando acabas de ver el episodio final de la entrega de Mad Men, “Waterloo” a uno se le quedan unas ganas inmediatas de volver al ring. ¡Qué se acabe 2014 y llegue 2015, ya! Y es que Mad Men no ha terminado. Matizo, M. Weiner, su creador, ha dejado muy claro que la 7ª temporada era el final de esta maravilla de la nueva ficción Made in Usa. Eso sí, en dos bloques. El verano que viene tendremos el desenlace definitivo. Volviendo a este capítulo, me entraron ganas de llorar.
Y les explico. Cuando vi el final, el guionista principal de los Soprano, volvió a sorprenderme con un número musical, en tono optimista y repleto de lisergia donde el difunto, Bert Cooper se marcaba unos pasos en calcetines, realmente memorables. Definitivamente, las mejores cosas de la vida son gratis. Si pensamos en ello, yo volvería aquel julio del año 2007 y me dejaría llevar por uno de los personajes que han sido parte de mi vida: Don Draper. Mi genética tendría un 70% del genio de Madison Square y el 30% restante, lo cubriría el sagaz mafioso de New Jersey.
Siempre he creído en los tipos hechos a sí mismos. Los que hemos vivido en un montón de lugares, llenos de secretos inconfesables y condicionados por un continuado halo de frustración: nos hacen diferentes. No me pregunten el porqué, ya que no tengo respuesta. Al final, lo asumes como Draper, un tipo creado en la mentira y a la vez, adorado. ¿Por qué? Pues, porque sus mentiras son las cosas que mueven el mundo. Por ello, voy a quedarme a la espera de del próximo verano 2015. Esperare a ese lugar mágico donde la verdad no es lo que parece y las mentiras son verdaderas. Siempre está envuelta de un sabor, como el de las fresas de Huelva.
Lo dicho, Waterloo es una delicia de cierre a esta primera parte final. Me da igual si la serie de culto ha flojeado: los altibajos son humanos. Mad Men no es bagatela de cualquier indocumentado. Aquí hay mucho trabajo a las espaldas de su creador y el equipo de ayudantes. Me quedo con aquello que decía el gran Tony Soprano a su lugarteniente, Silvio Dante: el espectáculo es el único negocio que no conoce muros, siempre ha de seguir en marcha… Gracias, Mad Men por existir y haber existido. Por sintentizar, eso, de las mejores cosas de la vida son gratis: amar, crecer y madurar. Ver más allá de nosotros mismos. Si somos capaces de poner un hombre en la luna, tal vez podamos hacer algo más grande todavía. Y eso, aún está por llegar.